Echo muchísimo de menos encontrarme personas decapitadas cuando salgo a que me dé el aire.
A menudo pienso en una cabeza como varias cosas. Las primeras son una cebolla o un ajo, luego está el bono-metro, unos interruptores, gente escalando una montaña para hacerse fotografías en una cima al lado de una banderita en la que pone Te amo Mari Cruz y centros comerciales a los cuales no está permitido llevar perros.
Echo muchísimo de menos al hombre sin cabeza al que exprimía un poco para que me preguntase por mi nombre y que luego me tocaba la cara para ver si lo que ocurría era de verdad. Estaban tranquilos en general y tampoco hacían daño a nadie. Yo comprendo que es difícil en ocasiones mantenerlo pero, por cosas del gobierno de España, ya no están. Dicen que cuidan de ellos, que están bien y que envían recuerdos, pero eso son siempre noticias de los medios, como periódicos y eso.
La realidad es que no les puedes ya ayudar a que crucen la carretera y ni siquiera sabes dónde está su residencia para ir, por ejemplo, un día a leerles un cuento. Lo cierto es que a muchos nos encantaría hacerlo por ver la vidilla que expresan.
Los decapitados de por la calle no es que sean especiales. Pero son personas, aunque no puedan recordarlo.
Hoy he bajado tres plazas y dado patadas a los restos de una cabeza. Mientras, he llegado a pensar a quién pertenecería, en serio, pero eso era lo que duraba el viaje. Lo real es que no botaba bastante como para pensar en hacer un regalo que le gustase a algún hijo de vecino.
Cuando las personas sin cabeza vivían con normalidad, yo, aunque tímido, sí compartía con ellas alguna palabra. Se oyen exprimiendo cualquiera de los diferentes muñones. A veces eran quejas sobre lo raros que se sentían. Otras veces solamente canciones y cosas así. Cosas de gente mayor.
Como estoy desempleado he buscado darme razones, intentado explicarme quién soy y luego he echado de menos a las personas decapitadas de por la calle.
Yo, para practicar la vida, siempre acudo a cursos y cosas para mantenerme entretenido. Ayer fui a una cosa de escribir y hoy he ido a dibujar. Como si a mí me apasionase más escribir o dibujar que una cabeza rodando, pero juro que lo hago siempre que veo acechando la posibilidad de descansar.
En mi presupuesto entra una cajetilla de tabaco al día, arroz con huevo y filete de lomo y una copa de anís con el café, además de las cosas para ser persona como ir a cursos de cosas en las que puedo ser sorprendido por la destreza -aparte el bono-metro- y compañía de señoras y caballeros que siguen existiendo en un lugar donde conviven junto con otras y otros que aún tienen cabeza.
Hoy, ni ayer ni pasado, he entrado en el aula después de dar unas patadas a una cabecita y me he sentado a esperar al resto de gente. Mientras esperaba, he hablado con mi profesora, que se llama Sandra y es una mujer muy guapa, sobre trabajar mirando el mismo modelo que la semana anterior.
Se trata de un modelo que siempre me es igual y, al decirle que eso me animaba, la he preguntado qué la parece y me ha dicho que si eso es bueno para mí está bien.
Luego se ha ido a atender a otros señores que estaban entrando. Yo les he saludado y he dicho que hace una buena tarde. Me he fijado en sus caras y, según iban pasando, he notado que cada cara nueva era distinta.
Como existe un centro de salud mental cerca de las aulas hay veces, de eso estamos avisados los españoles, en que los más jóvenes entran para gamberrear y (no sería la primera vez) robarnos rotuladores, así que al ver una cosa rara me he chivado y luego he vuelto a mi sitio dispuesto a empezar a dibujar a mi modelo.
Me ha salido mejor que en otras ocasiones, creo. Sandra ha dicho que estaba muy bien cómo había trabajado la sombra para crear tensión en el brazo derecho. Me he puesto contento pero, antes de irme, la he dicho que echo mucho de menos encontrarme a personas decapitadas por la calle para ayudarlas a cruzar. Claro que, son otros tiempos ¿No? Ha reflexionado. Aunque en el fondo estaba de acuerdo.
A menudo pienso en una cabeza como varias cosas. Las primeras son una cebolla o un ajo, luego está el bono-metro, unos interruptores, gente escalando una montaña para hacerse fotografías en una cima al lado de una banderita en la que pone Te amo Mari Cruz y centros comerciales a los cuales no está permitido llevar perros.
Echo muchísimo de menos al hombre sin cabeza al que exprimía un poco para que me preguntase por mi nombre y que luego me tocaba la cara para ver si lo que ocurría era de verdad. Estaban tranquilos en general y tampoco hacían daño a nadie. Yo comprendo que es difícil en ocasiones mantenerlo pero, por cosas del gobierno de España, ya no están. Dicen que cuidan de ellos, que están bien y que envían recuerdos, pero eso son siempre noticias de los medios, como periódicos y eso.
La realidad es que no les puedes ya ayudar a que crucen la carretera y ni siquiera sabes dónde está su residencia para ir, por ejemplo, un día a leerles un cuento. Lo cierto es que a muchos nos encantaría hacerlo por ver la vidilla que expresan.
Los decapitados de por la calle no es que sean especiales. Pero son personas, aunque no puedan recordarlo.
Hoy he bajado tres plazas y dado patadas a los restos de una cabeza. Mientras, he llegado a pensar a quién pertenecería, en serio, pero eso era lo que duraba el viaje. Lo real es que no botaba bastante como para pensar en hacer un regalo que le gustase a algún hijo de vecino.
Cuando las personas sin cabeza vivían con normalidad, yo, aunque tímido, sí compartía con ellas alguna palabra. Se oyen exprimiendo cualquiera de los diferentes muñones. A veces eran quejas sobre lo raros que se sentían. Otras veces solamente canciones y cosas así. Cosas de gente mayor.
Como estoy desempleado he buscado darme razones, intentado explicarme quién soy y luego he echado de menos a las personas decapitadas de por la calle.
Yo, para practicar la vida, siempre acudo a cursos y cosas para mantenerme entretenido. Ayer fui a una cosa de escribir y hoy he ido a dibujar. Como si a mí me apasionase más escribir o dibujar que una cabeza rodando, pero juro que lo hago siempre que veo acechando la posibilidad de descansar.
En mi presupuesto entra una cajetilla de tabaco al día, arroz con huevo y filete de lomo y una copa de anís con el café, además de las cosas para ser persona como ir a cursos de cosas en las que puedo ser sorprendido por la destreza -aparte el bono-metro- y compañía de señoras y caballeros que siguen existiendo en un lugar donde conviven junto con otras y otros que aún tienen cabeza.
Hoy, ni ayer ni pasado, he entrado en el aula después de dar unas patadas a una cabecita y me he sentado a esperar al resto de gente. Mientras esperaba, he hablado con mi profesora, que se llama Sandra y es una mujer muy guapa, sobre trabajar mirando el mismo modelo que la semana anterior.
Se trata de un modelo que siempre me es igual y, al decirle que eso me animaba, la he preguntado qué la parece y me ha dicho que si eso es bueno para mí está bien.
Luego se ha ido a atender a otros señores que estaban entrando. Yo les he saludado y he dicho que hace una buena tarde. Me he fijado en sus caras y, según iban pasando, he notado que cada cara nueva era distinta.
Como existe un centro de salud mental cerca de las aulas hay veces, de eso estamos avisados los españoles, en que los más jóvenes entran para gamberrear y (no sería la primera vez) robarnos rotuladores, así que al ver una cosa rara me he chivado y luego he vuelto a mi sitio dispuesto a empezar a dibujar a mi modelo.
Me ha salido mejor que en otras ocasiones, creo. Sandra ha dicho que estaba muy bien cómo había trabajado la sombra para crear tensión en el brazo derecho. Me he puesto contento pero, antes de irme, la he dicho que echo mucho de menos encontrarme a personas decapitadas por la calle para ayudarlas a cruzar. Claro que, son otros tiempos ¿No? Ha reflexionado. Aunque en el fondo estaba de acuerdo.