En estos tiempos de coreografías linchadoras que, al final, quedan en ná (que si la PPR es harto dura, qie si el violador tiene dispensa porque es yihadista y no legionario, que si el paidorro lo mismo si en vez de cura es profesor de alguna cosa sexual avalada por la tonterida, que si el apalizador tiene bula por su condición centrífuga, que si el destructor de mobiliario urbano lo hacía simbólicamente como performance digna de ARCO, etc, etc) uno recibe como soplo de aire fresco a Hank Voight, su perenne y redentora rabia contra la mala gente, su voz ronca, su mandíbula capaz de mascar gominolas de adamantium (a su lado, Harry Callahan resulta un poco petimetre). Poco a poco, CHICAGO P.D. (rama del frondoso árbol de LEY Y ORDEN) me va ganando las noches del domingo. Como bonus y apoyo de Voight, la inquietante y siempre anómala presencia de Elias Koteas, el Vaughan de CRASH.
Me habían invitado a participar en la presentación del lanzamiento del último trabajo de cierto dúo femenino tributario en lo formal de otro dúo femenino. Era un cover de cierto disco de aquel mirlitónico juglar segoviano de escuchimizados encantos (ALZO LA VOZ, que publicó la CBS en los primeros 70 y llenó de invendibles los cajones de los sótanos de Discoplay -yo lo tuve, porque en su solemnidad rica en coros lo asociaba con los AGUAVIVA, y cuando me cansé de estos también pasé del otro-). Un calco pero sin alma, sin fuste y sin fundamento (vamos, como el PSICOSIS de Gus Van Sant frente al de Hitchcock pero en vinilo). Yo acepté la invitación porque, aparte de reencontrarme con Segovia (se celebraba la cosa en el Real Sitio), me pagaban viaje y estancia y por la noche prometían una cena orgiástica en plan menage a trois cultural (segoviano por el cochinillo, japo por servirse en los cuerpos desnudos de las dos hermanas -tenía yo el antojo de un ágape así desde que vi aquella entrega de Andrew Zimmer- y helénico por las connotaciones medeico/caníbales del cerdito bebé, chorreando jugos sobre la tripa de su "performother"). Había más procacidades, aunque más mojigatas por estar dirigidas al gran público (lo gordo -o sea, la cena- era a puerta cerrada para un reducido número de invitados): tanto en las fotos del disco como en el video promocional las chicas aparecían calatas (que diría un peruano) pero sin enseñar nada, en púdicos escorzos o abrazándose a sí mismas, como esculturas noucentistas (muy filisteamente diva esa mezcla de pacatez y epatancia, como los furores anales turcos de Ana Belén -en que se echa de menos la explicitud colonoscópica- o los despelotes de Alaska cuando juega a Sara Montiel -mucho más audaz la Sevigny en sus secuencias soplando el clarinete...-). Más impactante que los desnudos era el escenario donde se filmaron: un espacio enorme cubierto de azulejos blancos, como el baño/piscina de un psiquiátrico viejuno y/o balneario ochichornio.
A la espera del evento, en mi habitación del hotel me devanaba los sesos y estrujaba las meninges sobre qué decir sin resultar inconveniente ni intemperante ante una creación que no me provocaba ningún impulso empático. De pronto, apareció esa acosadora que de vez en cuando se cuela en mis sueños: físicamente se da un aire a la dominatrix Lady Heather (la misma mirada gatuna, los mismos morros) pero en fondón, como inflada al helio aunque no del todo (como mi pelota de Pilates los días que la presión atmosférica la deja un poco fofa), y, en cuanto abre la boca, deja claro su sideral distancia con la Ligeia de Grissom: su falta de carisma, su inepta petulancia, su empeño idiota en "captar mi onda", en ser "mi alma gemela", en cagarla con cada presunto guiño ¿¿¿¿cómplice???? Se me recuesta en la cama en plan odalisca y yo la echo del cuarto con la piel erizada de pura grima maldiciendo para mis adentros ese jodido karma de atraer carnalmente a elementas que me hacen sentir mucho más huérfano en su compañía que en soledad. Reanudo mi titánica tarea de salir del paso en la presentación sin sacar mi lado Sheldon (sí, en los últimos tiempos he empezado a engancharme a BIG BANG -serie que había despreciado sin conocerla durante años y que ahora empiezo a valorar: me pasó lo mismo en su momento con otro trabajo de Chuck Lorre, DOS HOMBRES Y MEDIO-) y, justo cuando estoy hallando la fórmula de compromiso, el graal eufemístico, vuelve la pedorra embutida en una especie de red mariñeira y, ya completamente fuera de mis casillas, la fusilo a improperios. Entonces, se cabrea y se va cubriéndome de maldiciones gitanas y pésimos agüeros y, mientras lo hace, una especie de tsunami anega el hotel (eco tanto del zapeo reciente que hice de EL DIA DE MAÑANA como de algunas tribulaciones domésticas).
En ese instante, como en toda clave freudiana rica en humedades, me despierto con ganas de pipí.