Estimada Sra Riolivos,
La locura es un animal con espejo en vez de cabeza, el lomo es un recuerdo y las patas son las de una mesa que tiene un vaso de agua a la mitad y una flor de tela al lado. Hay cerca una madre muerta que, además, es infeliz. También hay unos niños, también muertos, que aún no han aprendido a restar. Luego intento seguir con esto, señora. Tengo una ranura en el bolsillo de la cabeza y entran muchas cartas del juzgado. Hay dibujadas fechas y pone que he de presentarme o, si no, moriré. Así, como si fuera algo importante lo pone. Yo entiendo que debe de ser duro morirse cuando uno es alguien a quien la gente que le saluda por la calle le dice que es joven y muy majo y que todo está bien en todas las casas e incluida la suerte de tener tanto tiempo y sentarse, por ejemplo, a mirar coches pasar mientras atardece. Le aseguro, señora, que yo entiendo eso muy bien. Cuando ayer concebí la comprensión de todo ello esperé a que sonara el timbre, pero el asesinato no dio señales de vida. Esperé hasta que se acabó el telediario y luego abrí la cama que ya estaba abierta para continuar durmiendo. Le diré que no es mi único mal todo eso, también envidio mucho y, debido a ello, tengo muchísimas dificultades para respirar. Tampoco he inventado nada, ya existieron muchas personas que probaron a beber su orín antes que yo a ver si con ello lograban restablecerse. Mi nuevo médico me ha aconsejado que no coja el teléfono en los momentos en que note que el animal del principio se ha convertido en mí. Hoy lo he cogido para comprobarme y, mientras una señorita decía que debía de hacerme unas preguntas sobre alimentación, yo eructaba caracoles y, verdaderamente, no ha sido agradable para ninguno de ambos, pero era lo único que podía pasar y he tenido la suerte de comprenderlo en esa práctica de cosas que es la realidad y luego, al fin, conceder razón a la luna de la catatonía, que es una luna que nunca se refleja en el agua del mar. Lo vi cuando estuve en las vacaciones del colegio, en la terraza del apartahotel de Torremolinos.
Comprenda que le estoy contando todo con la consideración que creo merece mi abismo, la cuál a usted, que a buena fe habrá librado sus seguras mil batallas, podría parecerle un simple bordillo de esos que hacen para las bicicletas.
Algunas mañanas en las que mi sobriedad aparece, simplemente abro el armario, y ahí veo, en la sola percha vacía que tiene dentro, el amor tal y como yo lo entiendo, señora. Entienda también que sería una manera de expresar la bravata: Como no tengo ropa me libro de las polillas. Dispense a la fiera, él no tiene la culpa de vivir dentro del cuerpo de un jovencito. Los pájaros son él, saben que su imagen, cuando realizan un vuelo mínimo para pasar de una rama a otra, se parecen a mi pobre bestia, que también trina, aunque -ay- sólo puedo oírla yo. Me llenan tanto de emoción sus canciones... me gustaría tanto que las pudiera compartir con otras personas. A usted también le harían ver ese cielo que consiste en llorar, le aseguro que el llanto derrite la oscuridad, da igual el trecho de túnel que lleve andado, quedaría parada y encima suya estaría el cielo que la he dicho.
Por favor, remita esta carta a su jefe. Estoy completamente seguro de que podremos asumir, entre los tres, nuestra pequeña muerte sin malos entendidos ni paseos en vano.
Saludo número trescientos treinta y algo,
Frederic Chopin,
La locura es un animal con espejo en vez de cabeza, el lomo es un recuerdo y las patas son las de una mesa que tiene un vaso de agua a la mitad y una flor de tela al lado. Hay cerca una madre muerta que, además, es infeliz. También hay unos niños, también muertos, que aún no han aprendido a restar. Luego intento seguir con esto, señora. Tengo una ranura en el bolsillo de la cabeza y entran muchas cartas del juzgado. Hay dibujadas fechas y pone que he de presentarme o, si no, moriré. Así, como si fuera algo importante lo pone. Yo entiendo que debe de ser duro morirse cuando uno es alguien a quien la gente que le saluda por la calle le dice que es joven y muy majo y que todo está bien en todas las casas e incluida la suerte de tener tanto tiempo y sentarse, por ejemplo, a mirar coches pasar mientras atardece. Le aseguro, señora, que yo entiendo eso muy bien. Cuando ayer concebí la comprensión de todo ello esperé a que sonara el timbre, pero el asesinato no dio señales de vida. Esperé hasta que se acabó el telediario y luego abrí la cama que ya estaba abierta para continuar durmiendo. Le diré que no es mi único mal todo eso, también envidio mucho y, debido a ello, tengo muchísimas dificultades para respirar. Tampoco he inventado nada, ya existieron muchas personas que probaron a beber su orín antes que yo a ver si con ello lograban restablecerse. Mi nuevo médico me ha aconsejado que no coja el teléfono en los momentos en que note que el animal del principio se ha convertido en mí. Hoy lo he cogido para comprobarme y, mientras una señorita decía que debía de hacerme unas preguntas sobre alimentación, yo eructaba caracoles y, verdaderamente, no ha sido agradable para ninguno de ambos, pero era lo único que podía pasar y he tenido la suerte de comprenderlo en esa práctica de cosas que es la realidad y luego, al fin, conceder razón a la luna de la catatonía, que es una luna que nunca se refleja en el agua del mar. Lo vi cuando estuve en las vacaciones del colegio, en la terraza del apartahotel de Torremolinos.
Comprenda que le estoy contando todo con la consideración que creo merece mi abismo, la cuál a usted, que a buena fe habrá librado sus seguras mil batallas, podría parecerle un simple bordillo de esos que hacen para las bicicletas.
Algunas mañanas en las que mi sobriedad aparece, simplemente abro el armario, y ahí veo, en la sola percha vacía que tiene dentro, el amor tal y como yo lo entiendo, señora. Entienda también que sería una manera de expresar la bravata: Como no tengo ropa me libro de las polillas. Dispense a la fiera, él no tiene la culpa de vivir dentro del cuerpo de un jovencito. Los pájaros son él, saben que su imagen, cuando realizan un vuelo mínimo para pasar de una rama a otra, se parecen a mi pobre bestia, que también trina, aunque -ay- sólo puedo oírla yo. Me llenan tanto de emoción sus canciones... me gustaría tanto que las pudiera compartir con otras personas. A usted también le harían ver ese cielo que consiste en llorar, le aseguro que el llanto derrite la oscuridad, da igual el trecho de túnel que lleve andado, quedaría parada y encima suya estaría el cielo que la he dicho.
Por favor, remita esta carta a su jefe. Estoy completamente seguro de que podremos asumir, entre los tres, nuestra pequeña muerte sin malos entendidos ni paseos en vano.
Saludo número trescientos treinta y algo,
Frederic Chopin,
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