viernes, 24 de noviembre de 2017
SOÑANDO A NINGUNA PARTE
Soñado hace unas horas:
Mi sufrida camita adoselada de libros se había transformado en cuna gigante (como propia de un Mickey Rooney tirando a lácteo) desde la que contemplaba cómo los exiguos límites del tonel diogeniano en que resido se volvían amplios espacios de mansión campestre (de ésas en las que Julie Andrieu suele culminar sus gastrotours).
Lidia (la impenitente urdidora de realidades imposibles que glosaron Xenius y Dalí), travestida de Mary Poppins y con una expresión fogosamente resignada (que asocié con una Mª Luisa Merlo encarnando a Emma Bovary), al meloso susurro de "AQUI VIENE EL PRANDIO...", se aproximaba empujando una mesita con ruedas en la que destacaba un descomunal bol rebosante de libritos de Azorín (libritos aún no leídos por mí, de los que sospecho se ocultan en las librerías de lance ante las que paso de largo -como Warrick Brown ante las mesas de juego- porque en mi estado de racionamiento perpetuo, mis únicos nanolujos los reservo para mis visitas rotatorias a los super del barrio). Cogí un volumen dispuesto a hincarle la pupila y, de pronto, un Edward Gorey disfrazado grotescamente de paguro sin concha, berreando fuera de sí "MALDITO USURPADOR, ABANDONA MI LECHO!!!!", me bombardeó con gatitos tabby a guisa de proyectiles. Al poco, completamente cubierto de ronroneos, tibiezas y lametones, no pensé ni por un momento en salir de la megacuna sino que me fui arrellanando, adormeciendo y emperezando hasta quedarme frito dentro de mi propio sueño.
Pseudodesperté en un tupido bosque como de anime nipón de esos que tanto fascinan a Madame Byblos. Ella, con el look que luce en su avatar de Facebook (cabello al vino -blanco-, kimono y su aguzado pintalabios/boquilla convertido en vara de bambú), encaramada en la salamandra gigante de rigor, me golpeaba metódicamente en la coronilla con la citada vara mientras tarareaba sin mover los labios la canción final de EL VIAJE DE CHIHIRO. Yo, desconcertado con la situación y supongo que influido por la melodía, acabé montándome en ese tren que no lleva a ninguna parte.
Como siempre, un frenético Holmes transmutado en ganas de pipí me obligó a abrir los ojos.
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