martes, 7 de diciembre de 2010

TAL ES EL SENDERO DE LO ÍNTIMO

Fábula creativa en mutua colaboración de Royo-Villanova con un extracto de su novela Pepe Babel, y el tema El sendero de lo íntimo de Fernando Márquez y Charlie Mysterio.
Cuadros en el video, Manuel de la Flor en la Galería Rina Bouwen.


(...)Pepe Babel permitió que se retirara.
La observó lamentándose y gruñendo.
«Ahí va un espíritu con su vida» se dijo el señor Babel. «¿Cuándo aprenderá a elevarse? Pobre víctima de la ignorancia. ¡Ay de nosotras las almas! ¿Quién llenará la habitación de risa? ¡Pobre mujer!»
«¡Señora!»
La voz de la anciana respondió muy cerca y decepcionada: «Ah, es usted. Llevo aquí sola un millón de años…»
Se encontraban en un jardín.
Era un jardín de hortensias.
Altísimas hortensias que ascendían sobre sus cabezas.
«¿Un millón de años?» se extrañó don Pepe.
«Universos de tiempo… lo peor es ser vergüenza. ¡No sabe usted lo que es ser vergüenza! Te comes desde los pies, subes por las piernas, abrasas el estómago, te robas el aire… Una desea que le apaguen todas las luces, pero todavía entonces hay alguien que ve: tú misma. Porque cada una de nosotras somos la última chispa. ¿Sabe? La vida en Tierra es breve pero tremendamente útil, un satélite de precisión para las almas. ¡Qué pena y qué vergüenza! ¡Emplear tontamente la vida! Y después de la vergüenza, el miedo: podría extinguirme, alguien podría soplar mi débil luz. Ay, todo es hacer y lo demás nada. Sí, yo pude haber hecho, en vez de pasarme el día protestando y la noche protegiéndome con oraciones. Voy a decirle algo, señor, la vergüenza te deja temblando como a un hilo que flota y va, y viene, en la atmósfera de una hoguera cien mil veces más poderosa. No puedes evitar verlo y no puedes esconderte de la visión. Cuanto más ves, más vergüenza y más miedo. Y estás solísima y tristísima. Un siglo y cientos de vergüenza… hasta ser ese hilo frágil y liviano. Entonces intuyes, o comienzas a intuir que una mínima porción sobrevivió al transcurso de los años terrenales. Porque en ocasiones ciertas cosas las hiciste bien: una adecuada corrección de otra alma, tocar con un pensamiento cosas lejanas u ocultas. Surge un tenue resplandor a lo lejos, una lívida esperanza… Oiga, señor, no quiero volver a pecar.»
«A qué se refiere, ¿por qué me lo dice a mí?»
«No volveré a hacerme sorda, ciega y muda. ¿Cree usted que tendré otra oportunidad?»
«¿Una oportunidad de qué?»
«Un cuerpo, ¿me lo darán?»
«Yo que sé. ¿Le queda a usted luz? Si no, tendrá que ir a por ella.»
«Es bonito eso que dice, y triste.»
«¿Lo es?»
«Sí, hay que proteger la vela de las inclemencias.»
«Impedir que los asaltantes distingan la luz.»
«¿Quiénes son?»
«¿Los asaltantes?»
«Sí, ¿quiénes son?»
«Los que te mienten, los que se quedan tu trabajo, los que te roban el poder, los que te bajan la voz, los que te usan, los que te apartan, los que no creen. ¡Está lleno de asaltantes! ¡El mundo es un atraco! Y cuanta más luz albergas, más desean tu aniquilación, pues sólo así pueden ellos deslumbrar con la vanidad. Hay que ocultar la luz, señora, como la noche oculta al día.»
De este modo hablaban el alma y Pepe Babel mientras paseaban en torno a la bonita casa del jardín con altísimas hortensias. Don Pepe atisbaba de vez en cuando al horizonte, había allí una claridad diáfana que permitía ver con detalle la silueta de montañas, y, a la distancia, eran estas amigables y azules. Mucho más cerca, tras el seto del jardín, brillaban unas marismas donde los patos se deslizaban tranquila y pacíficamente sobre el agua.
Pepe Babel miró a su atribulada compañera. Aunque débil, la vio sumisa, apaciguada.
«Tengo algo que hacer» dijo el alma.
Inmediatamente, el señor Babel quedó a solas.
«¿Ves, Pepe, que esta volubilidad del tiempo y del espacio se ajusta a la conciencia, y cómo las almas son libres tanto aquí como en la Tierra? ¿Y ves, sin embargo, que no es posible huir de las consecuencias de los actos, ni escapar por ningún lado, salvo atravesándolas como a hogueras? ¿Lo ves?: de la verdad no hay salida.»
Se quedó pensativo.
«Libres las almas» se decía, «¿a qué tanto sufrir, entonces? Está claro que elegimos mal en las encrucijadas. ¿Cuál es nuestra responsabilidad universal? ¿Cuál nuestra función en lo creado? ¡Oh, estas son preguntas! ¡Vaya si lo son! Preguntas que hacen ir pendientes por ahí abajo e impiden que nos despistemos, sí. ¿Un mundo material de almas despiertas? ¡EL REINO! ¡Dios mío! ¡¡Es entonces posible!!»
«Ya estoy de vuelta, he necesitado estar muy quieta.»
Pepe Babel y el alma se encontraban en la estrecha portería, junto al cuerpo de ella tirado en el pasillo.
«¿Encontraré otro?» casi rogó el alma.
Don Pepe sintió un nudo en la garganta, no sabía qué decir e iba a tratar de responderle cuando distinguió un profundo brillo en los ojos que le miraban, como si sonriesen. Él respiró y echaron a andar dejando atrás el cuerpo frió en las baldosas frías. El pasillo pasó a ser un camino de campo; la hora, una tarde cualquiera. Nubes altas, planas, blanquecinas. Se acompañaban los dos, ambos a gusto con el silencio y la proximidad. «Ya no arde» pensó don Pepe. Avanzaron unos pocos pasos antes de que ella desapareciese en el aire y sólo pudiera distinguir el señor Babel las huellas que los pies del alma dejaban todavía en la arena, pero también las huellas desaparecieron y, en su lugar, unos centímetros por encima, apareció una mariposa.
Pepe Babel se detuvo.
Y la observó alejarse. (...)

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