domingo, 3 de julio de 2011

SAMPLES CORAZONESCOS 16

JIM MORRISON

[publicado, dentro de la sección MUSICA PARA OTRA GENTE, en el nº 1 de EL CORAZON DEL BOSQUE y emitido previamente, el 1 de marzo de 1990, por RNE dentro del magazine ADIVINA QUIEN MUEVE ESTA NOCHE que dirigía Carlos Tena]

«Ya vale... Vosotros no habéis venido aquí a escuchar música... Ni a ver una buena banda de rock'n'roll... Vosotros habéis venido por algo que nunca visteis antes... Algo magnífico, lo más grande que nunca habéis experimentado... ¿Y qué puedo hacer yo?... ¿Qué os parece si os enseño mi...? ¿No es a esto a lo que vinisteis?»

El 1 de marzo de 1969 el grupo The Doors actuó en Miami, la más importante ciudad de Florida, tierra natal del vocalista Jim Morrison. En el transcurso de este concierto, Jim, completamente embriagado, cogió en sus brazos a un cordero aparecido misteriosamente sobre el escenario, simuló una felación con el guitarrista, practicó un conato de masturbación y mostró sus partes íntimas a la juventud congregada. De resultas de lo cual fue perseguido durante un mes por el FBI y condenado a prisión bajo fianza de 5000 $.

«Los genitales masculinos son pequeños rostros formando trinidades de ladrones y Cristos, padres, hijos y espíritus.»

El padre de Jim Morrison era un pez gordo de la Armada. Luchó contra los japoneses y también se distinguió en Corea. Al volver de las campañas, su familia le seguía de destino en destino: Florida, Nuevo México, California, Virginia, Washington DF...

«Sabéis que los plácidos almirantes nos conducen a la masacre, que los gruesos y lentos generales se vuelven obscenos por la sangre joven.»

Jim no pareció sentir el menor deseo de emular la vida cuartelera de su progenitor: fue un estudiante indisciplinado e introvertido. Automarginándose de las tópicas actividades recreativas de la Escuela Secundaria, prefería sumergirse en los mundos literario y cinematográfico de la mano de Blake, Huxley, Céline, Baudelaire, Rimbaud, Nietzsche, Freud, Visconti, Fellini, Godard... Su gran frustración cuando llegó a estrella del rock fue no dedicarse a dirigir películas, para lo que se había preparado con tesón en la Universidad.

«El cine es el arte más totalitario. Todas las energías, todas las sensaciones, van directamente a la cabeza en una erección cerebral, hasta sentir el cráneo henchido de sangre.»

«Las películas confieren una especie de eternidad espuria.»

Jim, aquel 1 de marzo salió a actuar violento y retador por diversas razones: una marca de coches había pretendido utilizar una de sus canciones para publicidad y él no quería entrar en ese juego; por otra parte, el auditorio donde se iba a celebrar la actuación era un lugar habitual para mítines políticos y respiraba pésimas vibraciones; a lo que debe añadirse el hecho de que el público, en buena parte, venía por el morbo despertado por los clichés amarillistas que los medios de comunicación habían creado en torno al grupo y su cantante. Jim se negaba a ser un bufón a sueldo del Sistema: él concebía su actividad creativa con un sentido muchísimo más trascendente, infinitamente más subversivo. El creía plenamente en el concepto trágico del espectáculo, en aquella idea total que, en su momento, buscó Nietzsche, sin hallarla, en las óperas de Wagner.

«Mi religión es mi arte como reflexión de la vida.»

En resumen, Jim Morrison no estaba para puñetas cuando volvió en olor de multitudes a Florida. Ebrio y empalmado, había introducido a Dionisos en la realidad más reaccionaria de Norteamérica. Aquel 1 de marzo Miami se convirtió en un pandemonium, en el más estricto sentido de la palabra.

«Embriagarse... Se puede mantener perfectamente el control hasta cierto punto. Es la elección que se tiene a cada trago que se da.»

«Soy el rey lagarto. Puedo hacerlo todo.»

Jim Morrison fue el aguafiestas de su generación, el interno que puso en cuestión la disciplina manicomial, el que anteponía la voluntad al cuelgue pasivo de tanto hippie beatífico. Jim Morrison creía en las fuerzas naturales y odiaba las ciudades decadentes y reaccionarias. Jim Morrison fue antimilitarista como lo fue Céline en su «Viaje al fin de la noche», porque había visto de cerca la ceguera del militarismo tecnificado, burocrático y anulador, pero poseía la suficiente lucidez para mostrarse escéptico ante las santurronas apologías de la mansedumbre por considerar imposible la erradicación de la violencia en el animal humano. Jim Morrison creía en la fuerza del sexo con la briosa naturalidad de un David Herbert Lawrence. Jim Morrison era un existencialista, en el mejor sentido del término, en el sentido nietzscheano. Jim Morrison intentó redimir a Florida aquel 1 de marzo de sus hipócritas convencionalismos pero Florida, como se ha visto en los años posteriores, es inasequible a toda redención. Jim, en este fin de siglo, es uno de los pocos que marcan el camino para plantar cara a la entropía. Porque Jim pertenece a esa raza glosada por Evola, la raza de los pesimistas heroicos.





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