jueves, 15 de octubre de 2009

LE MOT JUSTE Y LA GILIPOLLOISE


[incitado por la entrada inmediatamente anterior, me he decidido a colgar esta reflexión, que tenía cuajada desde hacía poco y que dudaba en si encajarla en mi blog, endosársela a Guiller para un DODO futuro o qué... Al final, aprovechando la nueva etiqueta sobre EDUCACION SENTIMENTAL, doy un paso al frente y la subo aquí, donde creo estará en su elemento]

Hace unas semanas, viendo un programa de cocina, me topé con una invitada bastante fea (fea hasta para mí, que he recibido más de una regañina por mis peculiares querencias en cuanto a físicos femeninos). Quedé en desagradable suspenso por un momento pero, entonces, la mujer empezó a hablar y, una vez más, ocurrió el milagro: lo acertado de sus palabras remodeló completamente aquella imagen y, de pronto, toda la apariencia escorzada (o sea, de escuerzo) se volvió armonía y fuente de deseo. A cada nueva palabra, más sexy me parecía. Por el contrario, una chica de físico que me resulte grato (no sólo a mí, sino a algunas personas más: mis peculiares querencias no siempre son tan intransferibles y hasta pueden llegar a generar un cierto consenso) se deformará ante mis ojos cual alien de MEN IN BLACK en cuanto asome en su discurso la gilipollez. ¿Y qué entiendo por gilipollez?: no la ingenuidad, ni la inocencia, ni siquiera el retardo emocional (o incluso mental), ni tal o cual falla cultural, ni el empecinamiento fanático (fanático, eh, no meramente veleidoso) en posiciones insostenibles... La gilipollez es el insulto a mi condición de mutante, el alarde filisteo, la jactancia en el número sin valorar la calidad de lo que se discute, el regodeo en el lugar común, la obscena ostentación de la condición de normal. Esa impresentable seguridad de que su mundo es superior al mío sencillamente porque ahora, en este microsegundo, es lo vigente, la convención, lo correcto, lo que se lleva.

La gilipollez siempre mata el misterio y la profundidad que dan todo su sentido a Lo Femenino, siempre disfraza las carencias con ropaje de virtudes, siempre tiende al pensamiento debole (incluso, si se apura, al pensamiento cero, a una urdimbre de subrutinas), siempre huye de los dilemas jodidamente sustanciales que obligan a decidir por uno mismo, siempre mira al otro por encima del hombro sin importarle la propia falta de estatura moral, siempre confunde el estrépito con la intensidad, siempre torcerá el gesto y llevará la contraria a quien ose decir que el rey va desnudo.

La gilipollez es el mayor enemigo de la belleza femenina.




Aquella chica con cara
de raíz hipotenusa
yo no sé lo que me dijo
que se convirtió en mi musa
regalándome sonrisas
cual ramos de buganvillas
tan preñadas de sentido
como la misma Sibila.

Las palabras transfiguran,
las palabras desfiguran:
las palabras... configuran.

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