viernes, 30 de octubre de 2009

SAMPLES CORAZONESCOS 2



[Tony Malagrida, sin duda, uno de los elementos más atípicos que pasaron por la saga de ECDB (al releerlo ahora, me encuentro con que su música parece anticipar líneas y conceptos que he podido hallar en estos últimos tiempos en Jaime, Gonzalo o Bárbara, o, algo antes, en Tiffauges: la muy marcada diversidad de todos ellos, ese explosivo combinado de arrojo y melancolía, de apolínea arrogancia y dionisíaco patetismo, se entreteje en una sola voz en los trabajos de Malagrida, que, a diferencia de otras páginas corazonescas en su momento más estridentes, han crecido en carisma y vigencia con la nueva década); aquí os dejo con este texto aparecido en el nº 9]

EL VIENTO DE INVIERNO

¿Recuerdan aquel texto, «El viento de invierno», de Roger Caillois? Los miembros del Colegio de Sociología (Bataille, Leiris...) intentaban, allá por los años 30, buscar la manera de reintegrar lo sagrado en nuestra cultura. La dilatación mítica de lo social exigía admitir una precariedad de la base racional de nuestra civilización. Era necesario volver a reconsiderar la idea de «fuerza». No «fuerza» como algo que se domina: «fuerza» que JUEGA a ser dominada. «Fuerza» que eternamente juega. ¿Qué esperaban aterrados y maravillados los habitantes de las ciudades europeas de los años 30? La respuesta: esperaban la Guerra.
Ahora bien, ya Georges Bataille, entre 1933 y 1935, había dado luz a dos obras extrañamente originales, extrañamente análogas: «La noción del gasto» y «El azul del cielo». Y es que Bataille había reconocido cuál era el sustento peculiar de la actividad frenética de nuestra especie: el enfrentamiento con la nada que nos obliga a: 1) salir hacia afuera para poder comunicarnos -sentimiento de angustia porque no somos- aunque nos destruyamos, aunque seamos manchados; y 2) recluirnos en nosotros, aceptar la angustia de la nada. Y es así como la mancha, el excremento, el cadáver son la imagen exasperada y traumática de lo Otro (nuestro ser se mancha, se mancilla al ponerse en juego buscando hacia afuera, desgarrándose). El protagonista de «El azul del cielo» no puede sino buscar su consumación a través de la cacería del cadáver que (no) es: recorrido angustioso en el cuerpo de la mujer, en la enfermedad -la nariz doliente del vómito, la fiebre, el mareo- mientras Afuera la Revolución se cosecha (Revolución política, episodio en Barcelona pero... ¿Revolución o simulacro?); en definitiva: GASTO, CONSUMICION. Ya que hay una parte condenada: despilfarro, derroche del excedente. No por casualidad «La parte maldita» comienza con el célebre proverbio de Blake: «Exuberancia es belleza». Búsqueda de la Guerra como gasto fastuoso de la civilización. Deseo de los dos protagonistas de «El azul del cielo» de que venga una guerra... (purificación por la guerra, aunque no en el sentido de higiene a lo Marinetti, sino en el de GASTO). El trasunto de Bataille y su compañera Dirty, en ese escenario desolado, un campo en la noche cubierto de nieve, recuperan el éxtasis por última vez: pero mientras hacen el amor en el barro, sus cuerpos se confunden con la visión premonitoria de los cadáveres que cuatro años más tarde cubrirán toda Europa.
Pero ¿es la guerra el escenario privilegiado para recuperar aquel carácter sagrado de la exterioridad humana? Los cincuenta años de paz relativa para Europa ¿qué indican realmente? INDICAN, PRECISAMENTE, UNA PROFANACIÓN DEL SUELO EN CUANTO TEJIDO MÍTICO IRREDUCTIBLE. Una profanación hecha en nombre de algo que no es exactamente el ser humano. En el sentido en que el hombre habita ahora un suelo que NO ES PARA ÉL. En el sentido en que la pacificación -llevada a cabo en su nombre- prepara el suelo para otra cosa que no es el hombre.
Pero ¿hasta dónde llega el sentido de esta profanación? La respuesta: hasta el punto en que todo sentido se deduce ahora como una victoria propicia de este saqueo. El olvido del mundo es ahora constante OCASIÓN (en su sentido más comercial). Aceptar la paz en nuestros días es reconocer que la guerra es inconveniente no sólo porque la producción de riqueza está plenamente comprometida con el orden, también porque la guerra implica todavía algo demasiado hecho para el hombre.
No se deduce de esto, ni mucho menos, una identificación entre la guerra y lo Otro, entre la paz y lo Mismo. Durante siglos la guerra fue la palanca del desenvolvimiento de los pueblos, naciones e imperios. Las culturas humanas fueron siempre proclives a los complejos bélicos. En Europa la guerra fue imprescindible durante mucho tiempo. En todo caso, se trataría de desentrañar cuál es el estatuto que sostiene el lento proceso de pacificación (¿hacia la paz perpetua kantiana?). Pero esto no importa ahora. Si la guerra no es exactamente lo Otro ¿por qué excluirla? ¿No será que se negó algo más que la guerra? ¿No será que en algún momento se empezó a suprimir algo mayor, algo más vasto que no dependía tanto de las POBLACIONES humanas como de las CREACIONES humanas?
«Ya no son tiempos de clemencia» escribió Caillois en «El viento de invierno». ¡Resulta heroico el esfuerzo de Caillois y sus compañeros por proteger lo que hay de fuerte y prometedor en la especie humana! Años atrás había sucumbido Nietzsche, en un esfuerzo de mayor alcance. El texto de Caillois era precisamente un manifiesto inaugural que intentaba conciliar -apasionadamente- el individualismo negador del amotinado con una postura integradora, de carácter iniciático, destinada a la formación de élites y sociedades secretas que pudieran responder a la fractura, ya consumada, entre ciencia y creencia, entre razón y mito, substituyendo la enfermedad de la moral por la salud de la fuerza y de la vida poderosa. Hacer del rebelde, no un marginado, un dandy individualista, sino un rebelde fecundo, luciferino y no sólo satánico (negador). Escribía Caillois: «Los mayores individualistas han sido débiles, pequeños, inadaptados, privados de los únicos bienes que habrían querido gozar y cuya obsesión les enfebrecía: Sade imaginando su desenfreno entre los muros de un calabozo; Nietzsche en Sils-Maria, solitario y enfermizo teórico de la violencia; Stirner, funcionario de vida ordenada, haciendo la apología del crimen». Años más tarde, Camus (en «El hombre rebelde») y Sartre (en su «Baudelaire») consumarían la crítica de la rebeldía negadora abriendo la puerta a un humanismo despreciable y reduccionista.
«El viento de invierno» de Caillois está todavía inmerso en el período insurreccional de entreguerras. De otra parte, obedece a coordenadas que ya no se repetirán, al menos de una forma tan descarnada: la conminación que se hace a la sociedad desde el Colegio de Sociología es una conminación radical que no teme legitimarse en presupuestos culturales muy sólidos, genuinos para el hombre como animal cultural. «Los acontecimientos políticos y sociales mismos, que ya no dejan la posibilidad de vivir al margen, sino, cuando más, la de morir al margen» escribe Caillois. Después de la II Guerra el existencialismo francés tampoco intentará marginarse ingenuamente, pero negará la radicalidad del hombre para instalar en su lugar un humanismo pastoso. En los 60, por el contrario, se recuperarán aspectos enriquecedores del ser humano (fiesta, máscaras, drogas...) pero serán reivindicados desde la inocencia sospechosa y estupidizante de una contra-cultura, desde la experiencia imposible de un margen bucólico.
¿Es «El viento de invierno» un viento de guerra, una llamada a la guerra y a la inclemencia? El viento de invierno es sobre todo una llamada al hombre que no quiere aceptar que su voluntad sea vencida por las fuerzas reactivas. Pero la reivindicación de esta fuerza debe ser tratada como positividad, como rebeldía que ya no sólo niega sino que también AFIRMA su diferencia y se siente conminado a unirse a otros semejantes a él para enfrentarse a las inclemencias. Estos, unidos, «deben medirse con la sociedad en su propio terreno y atacarla con sus mismas armas, es decir, constituyéndose ellos mismos en comunidad».
Pero ahora la cuestión es: si el individuo puramente rebelde asienta su afirmación en el seno de una comunidad privilegiada, de una sociedad secreta ¿no se corre el peligro de aniquilar la radicalidad de la diferencia de los que allí se unen? ¿No descubrirá el antiguo negador que la sociedad secreta no es tan mala forma de resistir ACOGEDORAMENTE el inclemente viento de invierno?


Si deseais disfrutar de otros textos de TONY MALAGRIDA, muy fácil: pulsad aquí.



3 comentarios:

Limbo Piedra dijo...

Cuando El Zurdo habla de ECDB se refiere a El Corazón del Bosque, una publicación suya de los mediados ´90, donde las almas inquietas y rebeldes pueden hallar las claves de la deriva y coordenadas de este planeta nuestro bellamente llamado TIERRA. Política, sociología, espíritu, rebelión, dandismo radical y trasgresión en el estado lúcido y mesurado que caracteriza al Zurdo. Yo tengo la colección completa, detalle de su generosidad del que me siento muy honrado, y disfruto abriendo cuadernos al azar, para encontrarme siempre con raras piezas de conciencia que añadir a mi propio museo límbico.

Por lo demás, hoy he cenado pizza y dos copas de vino; me siento bien. La marihuana de anoche en compañía de mi padre ha dejado un poso de amor, dulzura y cruda realidad difícilmente comparables.

Por la mañana me encontré a Bárbara. Ahora sueño con todos vosotros. Y quiero que algún día me soñéis también, siempre y cuando podáis hacerlo con los ojos abiertos.

FUERZA Y HONOR
LIMBO PIEDRA

el zurdo dijo...

Hay dos momentos de tu comment que me reafirman en tu condición gozosamente anómala y desmesurada:

"el estado lúcido y mesurado que caracteriza al Zurdo" (no estoy acostumbrado a que usen conmigo el calificativo de mesurado, de hecho debe de ser la primera vez en mi vida que me lo aplican: me encanta que alguien me vea como tal, al menos en relación consigo mismo -eso indica lo gratificante de esta realidad de PDL en relación con tantas otras vividas hasta ahora en las que siempre tenía casi que pedir excusas por ser yo, como si mi manera de ser fuese ya de entrada una tremenda metedura de pata-)

"La marihuana de anoche en compañía de mi padre ha dejado un poso de amor, dulzura y cruda realidad difícilmente comparables." (me sigue fascinando esa magia clánica de los RV)

Limbo Piedra dijo...

Bueno, él no quiso fumarla; se limitó al gin-tonics y a las chicas. Y disfrutó muchísimo con el concierto de Mario San Miguel y el ejército del Amor. Concierto del que por desgracia no tenemos video... ya que olvidé la cámara en casa. Quizá sí alguna foto del móvil last generation de mi padre. Fue todo muy bonito. Con nosotros estaba Alberto Ávila, y un gato resabiao que recolectamos en el RED BAR. Y también aparecieron Selvis y Cissy, pero yo anoche era un hombre sagrado, un hombre sillar, y creo que mi compañía no les animó demasiado. Yo anoche no me dejaba ni tocar.