viernes, 20 de noviembre de 2009

SAMPLES CORAZONESCOS 5



[sobre lo mucho y bueno que significó CARLOS AGUIRRE para ECDB ya lo dije en su momento en esta entrada luminarca; de su abundante, variadísima y prolija obra aparecida en la revista, he elegido esta reivindicación de Esparta aparecida en el nº 18/19, último de la saga corazonesca]


UNA MIRADA HACIA ESPARTA


Esparta, en buena medida, es conocida como la antagonista de la sabia Atenas. Los más duros golpes sufridos por la Atenas del período clásico, en su pretensión hegemónica, le vinieron del Peloponeso y de Esparta. Esto le ha valido, sobre la base del brillo ateniense, cierto descrédito y ciertos prejuicios hacia su realidad política y social. Son muchos los que han creído ver en ella un monolito de intolerancia y cerrazón ante la sabia Atenas, además de una referencia totalitaria frente a la democrática e ilustrada polis ateniense. El conocimiento que se tiene de ella viene determinado por esta confrontación y, en la medida en que se mitifica la Atenas clásica, se minusvalora la Esparta también clásica. Así las cosas, el perfil de las relaciones sociales entre los espartanos, en comparación con el gran crédito de las atenienses, son casi ignoradas para el público culto. Lo cierto es que, tal como pusieron de manifiesto varios pensadores helénicos, lo espartano, y lo dórico en general, tenían un hueco capital, inspirador de modelos, en la conciencia helénica.
El genio griego, en la época, demandó de una síntesis superadora de ambas sensibilidades, la ateniense y la espartana, tal como Platón puso reiteradas veces de manifiesto. La incapacidad helénica para solventar la crisis planteada al final de su período clásico supondrá el eclipse de uno de los momentos donde el genio humano brilló a más altura. Las guerras, la ruptura de los equilibrios sociales entre ciudadanos, la crisis de los antiguos mitos y de la primera filosofía, serán las notas de esta época de incertidumbre y decadencia. Los griegos de la época fueron incapaces de superar la contradicción que suponía la fuerte tradición de independencia de las polis o ciudades, su fuerte singularidad, con una realidad cultural, religiosa y comercial que se hacía panhelénica.
Volver la vista a Esparta no significa mirar a la ciudad que quebró la hegemonía ateniense, sino atisbar otra manera de entender lo griego, que, en síntesis con lo Atico, sí que podría haber dado respuestas a los desafíos planteados. Ese fue el criterio de personalidades de la talla de un Jenofonte, un Platón y, en parte, un Aristóteles.
Lo dórico, frente a lo ático, supone la conservación de antiguos modos de vida más arraigados a la ancestral mentalidad helénica. Esparta aportaba al genio griego la permanencia de los valores tradicionales de la areté, virtudes excelsas, expresadas por la cultura, la mitología y la religión griegas. Su aportación a lo helénico aseguraba la tradición recibida, en el contexto de las bruscas mutaciones y convulsiones que padecerá Grecia al final de su período clásico. La cultura espartana reflejaba lo griego en su sentido más puro y arcaico, más caballeresco y agrario, más al margen de los nuevos vientos que el comercio y la cultura ciudadana habían traído.
Esta profunda conexión de Esparta con lo más originariamente helénico tiene su origen en la manera en que la polis abordó su forma de organización política. El período clásico y preclásico, en la antigua Grecia, está marcado por la ascensión del pueblo en la escena política. Esta relevancia creciente vendrá dada por el despliegue de su poderío militar en las grandes unidades hoplitas, guerreros a pie, decisivas en los conflictos entre ciudades por una mayor efectividad bélica que las antiguas tropas de caballería. Ante este hecho consumado las soluciones adoptadas fueron diversas.
Atenas, sobre la base de un alto porcentaje de población esclava dedicada a la agricultura y la manufactura, optará por una profundización democrática, dejando sin resolver el espinoso tema de las diferencias económicas entre ciudadanos. Una cultura económica y mercantil se adueñará así de la vida ciudadana. La antigua areté a la postre no será suplantada sino por la ascensión de una incipiente burguesía mercantil. El pueblo y la aristocracia colapsarán ante los intereses de esta plutocracia emergente. Atenas pagará las consecuencias, y con ella toda la Hélade, en la guerra del Peloponeso. Grecia no estaba dispuesta a consentir el sometimiento a una suerte de imperialismo mercantil bajo férrea directriz ateniense, y no lo estaba porque dicha mentalidad protomoderna, economicista y preburguesa colisionaba en su raíz con la koiné helena, la comunidad cultural griega tradicional. El imperio de los mercaderes exige una inexistencia de límite para el comercio. Atenas favorecía dichas dinámicas en la medida en que la Atenas tradicional había fracasado a la hora de refundar sobre nuevas bases el genio griego. La mentalidad mercantil había desplazado a la areté y los viejos mitos quedaban convertidos en entretenidas fábulas. Los viejos aristócratas, empobrecidos, daban paso a una oligarquía mercantil ávida de interés y nada atenta a ninguna manera de paideia, es decir, de formación y educación en la tradición y en la virtud. Los primeros filósofos, hasta Aristóteles, intentaron responder a esta decadencia ateniense, a esta descomposición de la sabiduría griega que la nueva cultura «burguesa» procuraba. El fracaso fue su saldo.
Esparta conciliará, en un modelo con escasa población esclava, canales muy importantes de participación política para el pueblo, con el mantenimiento del prestigio de la aristocracia local y los valores dóricos, en la persona de los monarcas. Todo ello sobre la base de una justicia social radical entre los diferentes ciudadanos, fueran o no aristócratas. La tierra se repartía en lotes iguales entre los espartatiatas, nombre que recibían los ciudadanos, y tenía un carácter inalienable ya que era propiedad del Estado. El comercio se encontraba muy restringido y para evitar acumulaciones de capital que alteraran un equilibrado reparto de la riqueza, se prohibió la acuñación de monedas de oro y plata, utilizándose unas monedas de hierro con un valor fiduciario a cargo del Estado. Las actividades comerciales y de manufactura, prohibidas para los ciudadanos, fueron puestas en manos de los periecos, hombres libres pero sin derechos políticos. Estos periecos gozaban de amplios márgenes de libertad, tenían tierras asignadas, autonomía en su organización política, y estaban obligados a servir en el ejército espartano como tropas auxiliares. Su consideración entre los ciudadanos era alta, encargándose de la gestión de los intereses comerciales de la polis y denostrando a lo largo de la historia gran lealtad hacia ella.
Este sistema impidió el afloramiento de tensiones y diferencias socioeconómicas entre los espartatiatas. Así se consolidaría una estable situación social donde los antiguos valores de la aristocracia dórica empaparon todo el cuerpo social sobre la base de la noción de pueblo en armas. Esparta supo conciliar las rupturas sociales y económicas que llevó aparejada la ascensión del pueblo con el mantenimiento de los austeros valores tradicionales de los guerreros dóricos.
Junto a los espartatiatas y los periecos, existía un tercer grupo social, los llamados ilotas. Estos tenían su origen en poblaciones sometidas por derecho de conquista. Su situación sería más asimilable a la servidumbre que a la esclavitud. Se encontraban adscritos a la tierra y eran propiedad del Estado. Con este grupo social la tensión fue permanente, registrándose varias revueltas ilotas de importancia.
El poder y el prestigio de los linajes aristocráticos y sus valores quedó asegurado por la institución de la diarquía. Dos reyes, cada uno de un determinado linaje, el de los Agiadas y el de los Europóntidas, ejercían el poder colegiadamente. El prestigio de los reyes se veía reforzado por la función sacerdotal de intermediarios con respecto a los dioses. Eran por tanto los garantes de los cultos ciudadanos y de las tradiciones religiosas de la comunidad. En caso de falta de acuerdo entre los reyes, los éforos, magistrados elegidos por votación popular, hacían de árbitros. Estos reyes tenían sus facultades muy limitadas por los éforos. Estos tenían amplios poderes en asuntos administrativos, financieros y de instrucción pública, compartiendo con los reyes los poderes político y judicial. Los éforos significaban la participación del pueblo en los asuntos políticos.
El consejo de ancianos y la asamblea eran los otros dos órganos de gobierno espartanos. El primero entendía de los asuntos de justicia criminal y preparaba los asuntos a tratar por la asamblea de ciudadanos. La apella, o asamblea de los espartatiatas, era un órgano consultivo, y sus poderes jurídicos, al margen de su evidente relevancia política, eran limitados.
El resultado de lo antedicho fue una sociedad tremendamente equilibrada que supo resolver la crisis de la sociedad griega arcaica sin por ello ver resentida ni la sabiduría tradicional ni la poética mítica helena. La descomposición social y cultural de la Atenas clásica había puesto en crisis todas las disciplinas sapienciales áticas. En Grecia los poetas eran los transmisores de la cultura y de la gnosis. La decadencia de la sociedad fue la decadencia también de los poetas. Este es el sentido de la famosa sentencia de Platón «echemos a los poetas fuera de la República», ya que habían dejado de cumplir su «sagrado deber». Por ello Platón asigna a la filosofía la tarea de recuperar una sabiduría, una sophia arcaica ya perdida. El mismo Platón verá en Esparta su modelo para una restauración de lo griego, mas ocupando el filósofo el antiguo papel del poeta. Filósofo que, desde luego, está muy lejos del mercader de ideas, a mayor gloria de su vanidad e ingenio, en que se ha convertido el pensador moderno a base de entificar la verdad en el discurso. Filósofo que desde una experiencia visionaria y contemplativa de la verdad, no racional por directa y dislocada la percepción ordinaria del hombre corriente, diseña discursos que posibiliten su acontecer. Es el intelecto del filósofo el que abre las puertas de la doctrina no escrita platónica, el que mira la realidad con otro ojo y hace de la sabiduría una permanente experiencia, un ejercicio de sintonía con el logos.


LA EDUCACION ESPARTANA Y EL PAPEL DE LA MUJER

Dos notas singularizan tremendamente a la sociedad espartana frente a otras sociedades helénicas. La primera de ellas es el sistema de instrucción pública existente a través de una intensa vida comunitaria organizada y diseñada desde el Estado, y la segunda es la privilegiada consideración de la mujer en las relaciones sociales.
La educación en el entorno familiar tenía lugar hasta los siete años. En este primer momento eran sobre todo las mujeres las encargadas de realizar esta primera instrucción, centrada en una primera transmisión de las fábulas y las leyendas helénicas. A partir de este momento la institución del eforado se hacía cargo de la educación de los futuros espartatiatas. Hasta los doce años se enseñaba a los niños a leer y escribir sobre la base de la transmisión de los textos mitológicos, obra de los poetas. También se les enseñaba una austera retórica que tuviera por objeto la expresión concisa y clara de aquello que se quería comunicar, al margen de ejercicios dialécticos. La música, el canto y las marchas campestres, entendidos como instrumentos de forja de un carácter guerrero y endurecido, sobrio, eran también de especial importancia. A partir de los doce años la preparación física y militar se endurecía. El objeto final de la educación era insertar a los espartatiatas u homoi, es decir, los iguales, en una intensa vida comunitaria empapada de los valores guerreros de la aristocracia dórica. La forja de un carácter duro, preparado para todo tipo de padecimientos y sacrificios, era el eje sobre el que giraba toda la instrucción realizada. Finalizado dicho proceso, los ya ciudadanos de pleno derecho ingresaban en una especie de fratrias o hermandades que hacían permanente el proceso de preparación para la guerra. Estas sociedades tenían una intensa vida comunitaria y sobre ellas giraba toda la vida del espartatiata.
La mujer recibía una educación similar a la de los hombres. De esta manera transmitía los valores de austeridad dórica en las primeras fases de la misma. El lógico correlato de lo afirmado es la amplia libertad y los derechos jurídicos de los que gozaban las mujeres, mucho mayores que en el resto de las sociedades helénicas, y que asombraban al resto de los griegos. La intensa vida comunitaria de los hombres dejaba a la mujer un gran espacio para la gestión de los asuntos domésticos, otorgándola una amplia libertad de movimientos. Desde luego, la mujer espartana era lo opuesto a otras mujeres griegas, que hacían de la vida en el gineceo el centro de su existencia, muy al margen de la vida ciudadana.
Sirva este repaso de la Esparta clásica para poner de manifiesto sus logros en lo referente a la organización social. Su radical justicia social, su sólida conexión con los antiguos mitos y valores de la comunidad, su peculiar sistema de equilibrios en el ejercicio del poder, la participación del pueblo en el mismo a través de sus representantes, forma todo ello un panorama en el que se inspiraron muchos pensadores griegos. Su valor es precisamente la aportación que suponía, en el sentido de dar estabilidad al sistema social asegurando la transmisión de los ancestrales valores griegos.


APENDICE PARA MODERNOS

Volver la vista a Grecia es divisar aquello hasta donde remonta la historia de nuestra civilización. Siendo esto cierto, son muchas las sorpresas que dicho ejercicio depara. Por regla general el moderno busca legitimarse en la antigua Grecia, desea convalidar su propia disposición en esos albores de nuestra historia. Desea encontrar allí una legitimación mitológica a su devenir moderno, a la ciencia moderna, al individualismo moderno... La nuestra es la única cultura en la historia que busca legitimaciones externas a sí misma. Lo cierto es que el humanismo griego no es más que un invento de los propios modernos en burda caricatura de la decadencia griega. La verdadera Grecia, la de los filósofos y los poetas, la de la polis y la tragedia, siempre consideró con alergia a ese individuo demandado por la conciencia burguesa y nunca consideraría ciencia a lo que los modernos llaman tal. La Grecia decadente es la que la modernidad pretende vendernos, la Grecia de la crisis de la poética y la del fracaso de la filosofía, la Grecia de la burguesa y decadente Atenas. No es por tanto neutral nuestra conciencia histórica moderna, como tampoco es justo usar la filosofía como manera de legitimación al suponer esta una reacción contra un determinado proceso que el moderno alaba caricaturizándolo.
Precisamente en este punto aparece el tremendo valor de Grecia. ¿Cómo era realmente nuestro momento original? ¿Qué podemos aprender de nuestro pasado? ¿Cuál era el corazón de nuestro origen? Para Heidegger la historia de Occidente es la de la expresión del nihilismo de la mano del olvido del ser, ser que emerge en el enlace y por tanto no es sino experiencia de la propia vida en nuestra capacidad de ser uno con ella, de no ser sino receptáculo de lo que la vida envía, insertándonos más allá de planteamientos egóticos en la rueda del ser, no siendo sino lo que somos en el gran plano de la vida, de la physis. Cartografiar nuestros orígenes es constatar un panorama de reacción contra el nihilismo y no otra cosa, es constatar una apuesta por la vida en combate agónico y hasta trágico con los conceptos alrededor de los cuales gira la modernidad; individuo que calcula, piensa y somete la realidad a su juicio, interés o parecer, bien como mercader, bien como científico moderno, bien como pensador moderno. Este es precisamente el valor de Grecia, nuestra otra Europa a la vista de los futuros inéditos de nuestro pasado.
Una realidad desencantada donde todo ha quedado reducido a su condición de objeto sometido por el sujeto moderno demanda nuevos horizontes. Diseccionar nuestros orígenes es una buena terapia para poder volver a pensar y a actuar, para fracturar la modernidad tras la constatación de que nuestra vida no es sino su superación, y todo esto tras beber de la copa del nihilismo hasta la última gota, ya que esa es nuestra necesidad histórica, nuestra única vía.


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4 comentarios:

el zurdo dijo...

Otia, manuel, knock on wood que eres el nº 13 (acabo de otorgarte los privilegios que te mereces con mi fiel excalibur).

Limbo Piedra dijo...

Qué grato recuerdo de cuando los hombres vivían el heroísmo y la gloria como virtudes que ofrecián a la comunidad.

Aprovecho para recomendar PAIDEIA, de Werner Jaeger. 1.100 páginas para quienes les interese la areté, o educación del Hombre (sí, con mayúsculas) en la excelencia, la nobleza de espíritu, el vigor... Un heroísmo moral cuyo premio es el honor.

Ojo a la siguiente frase extraíada del libro aquí traído a colación; frase que demuestra cómo algunas palabras, libres en su pureza original y sagrada, han sido contaminadas por los esparcidores de semilla falsa:

"La soberbia resulta la sublimación de la areté. Pero de ello resulta también que la soberbia y la magnanimidad es lo más difícil para el hombre".

Aristocracia, SÍ; pero del espíritu, y no de la sangre.

Todo esto me remite a aquel libro que nunca escribí, LA RISA DEL ASESINO, en la que un Hombre se revela contra las hordas paganas de la simulación, la apariencia y el desprecio hacia todo lo Puro.

Vuelvan los Poetas, viejos legisladores de nuestra remota hermana Grecia; y claven sus banderas.

Desde el principio, ¿no ha sido PIEL DE LOBO, acaso, una Alianza que aspira a levantar y mantener el ánimo de ellos (ya canten, clamen, hagan fuegos o bailen)?

Por lo demás, y ya termino, pielobinos y visitantes, deciros que la secreta labor continua; y que despacio como se desenvuelven las cosas grandes, magma de volcán y lava, PIEL DE LOBO circula por el interior de la montaña.

No se olvida PIEL DE LOBO ni de uno sólo de aquellos que cantaron su canción con nosotros.

Seguimos trabajando...

Y si un día he de morir, que sea por hablar claro.

Miguel Baquero dijo...

Magnífico artículo sobre la siempre postergada Esparta.

el zurdo dijo...

Pues la saga corazonesca está petadita de joyas así. Usté mismo...