viernes, 13 de noviembre de 2009

SAMPLES CORAZONESCOS 4


[las dos contribuciones a la saga corazonesca de la entidad firmante como ANTONIO VALDES (sobre Heidegger y Nietzsche respectivamente) fueron tal vez de lo más denso en términos de ensayo que recogió la publicación; personaje transversal como la mayoría de los colaboradores, tras pasar por el campo nacional tanto desde el activismo como desde la agitación cultural, en el momento de incorporarse a la aventura de ECDB derivaba progresivamente hacia babor (atraído por pautas estructuralistas: especialmente, por la noción foucaultiana de biopoder) y abandonando las banderías ideológicas por las alturas filosóficas, en un recorrido inverso al seguido en su etopeya por Ramiro Ledesma, con quien siempre le encontré un punto de relación por su afán de rigor, su taciturno fanatismo y su talante fascista de izquierda; aquí os dejo con el capítulo final de su extenso trabajo sobre Heidegger, aparecido en el nº 8]

HEIDEGGER, LA METAFISICA Y LA TECNICA (capítulo VI)

«... la esencia de la técnica no tiene absolutamente nada de técnica. De manera que nunca percibiremos nuestra relación con la esencia de la técnica mientras nos limitemos a representar la técnica y a practicaría, a acomodarnos a ella o a huir de ella. En todas partes permaneceremos encadenados a la técnica y privados de líbertad, ya sea que la afirmemos con pasión o que la neguemos del mismo modo» (Heidegger. «La cuestión de la técnica»). Lo que a Heidegger le interesó siempre de la técnica fue su capacidad para dar forma a un mundo, a una cultura, a una humanidad. La técnica como constitutiva de una época, al margen de las ideologías que en ella compitan, gobiernen y gestionen, Heidegger se introdujo en el problema de la técnica desde la historia del ser: «La denominación "la técnica" -dirá Heidegger- es tomada aquí tan esencialmente que equivale en su significación al título de "metafísica consumada"» (Heidegger. «Conferencias y ensayos, l»). Al igual que la metafísica no puede entenderse metafísicamente, sino desde el olvido del ser, desde lo que ella deja impensado, la técnica tampoco debe contemplarse técnicamente, como un mero instrumento, sino que debemos retroceder a su esencia.
Heidegger comprende la técnica de un modo radicalmente contrario al habitual: la técnica, como época actual del ser, es nuestro destino; no somos libres frente a ella, nos determina en nuestra esencia. La técnica no es un instrumento indiferente al uso que de ella se haga, y por tanto es absurda esa idea según la cual es necesaria una humanización de la técnica que la moralizo y la ponga a nuestro servicio. «La representación corriente de la técnica, según la cual la técnica es un medio y una actividad humana, puede llamarse la concepción instrumental y antropológica de la técnica» (Heidegger. «La cuestión de la técnica»). El problema de la técnica no está en el hecho de que se olviden los fines para ocuparse sólo de los medios: tampoco de que se haya apostado por fines indeseables, inmorales, destructivos o interesados; no se trata, por otra parte de un exceso de técnica y de maquinismo; ni de una mala dirección política. El esquema de Bergson, por citar a un pensador ilustre, según el cual la industrialización y la tecnología moderna acaban mecanizando la vida por lo que sería necesario un suplemento de alma, es para Heidegger demasiado ingenuo. La técnica no es algo neutro que necesita ser guiado por valores espirituales; la técnica al construir un universo cultural, al ser un destino, crea sus propios valores inmanentes a ella determinantes de las soluciones y resultados políticos. Si nuestra época ha sido la de los totalitarismos más genocidas no se debe a una mala gestión política, ni tampoco a que las ideologías no fuesen las acertadas. El capitalismo, el socialismo, la democracia y el nazismo son las ideologías perfectas y necesarias de la época actual, de aquí su triunfo absoluto, su identidad de fondo y la aceptación por las masas como algo natural. La civilización tecnológica es en su esencia totalitaria; su resultado normal es la planificación absoluta de la vida, la manipulación de la naturaleza y colonización del futuro.
Percibimos nítidamente la identidad entre metafísica de la subjetividad y pensamiento tecnológico. «La bomba atómica -dice Heidegger- ya estalló en el cogito cartesiano». Descartes no inventó la filosofía de la representación. La condición de ésta es la concepción técnica del ser como envío. Si la bomba estalló con Descartes es porque el pensamiento que la hizo posible ya estaba latente en el dualismo cartesiano: «el hecho mismo de que el hombre se convierta en sujeto y el mundo en objeto es sólo una consecuencia de la esencia de la técnica que se impone, y no inversamente» (Heidagger. «¿Para qué poetas?»).
Cuando se interpreta la técnica de forma antropológica queda mostrado de forma patente cómo el envío del ser funciona como un destino. El pensar técnico determina la imagen que nos hacemos de nuestra relación con la técnica. El dualismo artificial, sujeto-objeto, consecuencia del pensar técnico y humanista, hace que el hombre se vea a sí mismo como sujeto dominante y señor del mundo tecnológico como objeto. Como en todo idealismo, el pensar antropológico hace de la realidad material, del mundo no humano algo inerte a lo que el hombre ha de dotar de sentido y significación. El pensamiento antropológico impide pensar la técnica como impedía pensar la esencia de la metafísica. La determinación es tan radical, deja tan pocos resquicios, que produce la apariencia de que el hombre actúa como señor.
Lo primero que nos viene al pensamiento cuando nos enfrentamos al mundo tecnológico es su capacidad para la producción, su enorme eficacia. Para Heidegger este producir no es sólo la confección de una nueva manufactura sino un llevar a la presencia, un traerlo oculto a lo desoculto, efectuar un hecho. En este sentido, la técnica al producir se encuentra en al ámbito del desencubrir, de la verdad. La técnica es metafísica porque muestra el ente de una forma o de otra. El mundo técnico dota y fundamenta a la época de una determinado concepción del ente y de la verdad. Y este pensamiento que domina todas las realidades del momento, funciona como un a príori. La producción técnica funciona provocando, tanto a la naturaleza como al hombre, para que suministro todas las fuerzas y energías que poseo en cada instante. En este sentido, el capitalismo es el sistema que ha hecho de la explotación de todo lo viviente su esencia más profunda y originaria: todo debe ser orientado a la eficacia productiva, la totalidad de lo real ha de donar todas sus energías. Por lo tanto es necesario y legitimo extraer toda su riqueza: y esto vale tanto para el hombre como para la naturaleza. La vida es continuamente requerida para la producción y la eficacia, y el efecto de esto es la conversión de toda la naturaleza en objeto de encargo; la realidad es ahora existencia y fondo de un gran almacén que es la Tierra. Toda toma manipulable, calculable y disponible, incluso lo humano.
Como hemos visto, se piensa a menudo que el responsable de esto es el sujeto humano. Sin embargo, es una ilusión creer que el hombre es el señor y el dueño de la técnica; el propio hombre es objeto del requerimiento y de la provocación. Se encuentra destinado él mismo a provocar: continuamente hablamos de material humano, incluso la propio reproducción biológica se piensa en términos de productividad, y algunos gobiemos incentivan la natalidad. El ser vivo es una cosa más a reproducir industrialmente. El fin de la técnica es su propio desarrollo y acrecentamiento, su ciego progreso. La base de su eficacia está en su movimiento y en su rendimiento. Continuamente se requiere a sí misma para avanzarse y empujarse. Su justificación es su mismo crecimiento infinito acaparador de cosas y seres.
La esencia de la técnica se halla en aquello que destina al hombre a provocar a convertir las cosas en meras existencias. Es lo que Heidegger llama Imposición (Gestell). La imposición hace referencia a la figura que el ser adquiere en la época moderna, y que es un destino del mismo ser que en la actualidad tiene dimensiones planetarias. La imposición es un sistema de organización total de la realidad, es el ordenamiento por el ordenamiento, la absoluta administración de la vida. En esta época técnica se produce el mismo efecto que producía el pensamiento de la representación: que toda la configuración del mundo es un producto y una consecuencia de la acción humana, que la totalidad de lo real tiene sentido gracias al hombre, y que todo, de alguna forma, existe para ser puesto a su servicio. Se forma la apariencia de que el hombre está sólo consigo mismo y todo su poder, precisamente en la época en que más cerca está de producirse su absoluta objetivación y cosificación.
Lo que aquí está actuando con toda su fuerza es el pensar técnico, y que impide pensar la esencia de la propia técnica. Se hace absurda toda relación con la realidad que no sea pragmática, manipuladora o calculadora. La disponibilidad de todo ente es más radical que nunca, todo está preparado para su utilización, con la que la nivelación y uniformización confirman el sueño de la metafísica de atenerse a lo presente.

Si deseais disfrutar del texto completo, muy fácil: pulsad aquí.




5 comentarios:

Limbo Piedra dijo...

¿Qué papel jugamos los inadaptados y los topos (adaptados del subsuelo que sueñan con negativizar/invertir la realidad) en una sociedad técnica, o en una naturaleza tecnificada (si es que ello fuera posible, al menos como abstracción teórica)?

¿Somos virus?
¿Somos demonios?
¿Somos hebras de paja en la maquinaria de un perfecto reloj?
¿Somos boicot?
¿Somos ERROR (o ERORR, como dice Gonzalo Escarpa)?
Y si fuéramos ERORR: ¿entra dentro de la ecuación nuestra variable?

¿Cuál es el papel de lo desconocido, el 94% de la materia, en esa idea de la tecnificación de la realidad? ¿Qué decía Heidegger al respecto?

Limbo Piedra dijo...

La Técnica-matriz, ¿es silenciosa?

el zurdo dijo...

Doctores tiene herr Martin, entre los que no me encuentro. Lo mismo alguno de la horda más versado en cúspides filosóficas podría responder.

el zurdo dijo...

Personalmente, creo que la dominación material, la opresión frontal de las dictaduras de antaño siempre será menos nociva que todo totalitarismo "suave" que tienda más a la confusión del personal y a su lobotomización colectiva. Entre el Gulag y el pabellón de reposo mundofelicista, siempre consideraré menos dañino el Gulag.

Creo que era Cristo quien decía que los peores pecados son los ejercidos contra el espíritu y me parece que tenía razón. Desde los gabinetes de propaganda y mercadotecnia y de control de audiencias se ha hecho mucho y más eficaz daño que desde cualquier sótano de tortura. Una población aterrorizada no está envilecida en tanto en cuanto sigue vigente su terror: son los "esclavos felices" los que me dan escalofríos.

Limbo Piedra dijo...

Quizá lo haya, no sé. Digo un Doctor en herr Martin. Aunque para dialogar sobre la Técnica-Matriz tb iba a necesitar algo más.

Y en fin, por más que lo intento nunca me siento aterrizar.
En mi novela EL PÍCARO hablo de la miseria existencial de los felices esclavos, y de su desarrollo entre ellos de un Wakan asturiano: Un hombre esclarecido, un sagrado rapaz. Y de cómo triunfa desde el Corredor de la Muerte.